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  • Foto del escritorPablo Llanos

Cuento 5 - Frida

Actualizado: 5 mar 2021






FRIDA


¿Cómo empezaba? La noche anterior había leído el guion hasta quedarse dormida, pero ahora no podía recordar. Sentada frente al espejo, repasaba su letra. Probaba miradas diferentes mientras decía sus líneas. A veces abría la boca por demás. Así se notaban menos las arrugas. Pero no, no parecía natural. El maquillaje la hacía ver más joven, pero ¿cómo hablaría una mujer con treinta años menos? Las luces internas del camarín titilaron, una-dos-tres veces. Tenía que avisar que las arreglaran.

Le gustaba repasar los guiones. Con los años había aprendido a disfrutar de ese momento previo. Siempre, al terminar de leer, pasaba la mano por las hojas calientes, recién impresas. El título en letras mayúsculas: FRIDA. Cuando pasó la mano se dio cuenta de que todavía tenía el anillo puesto. ¿Estaba mal si quería seguir usándolo? Ya había pasado un buen tiempo. No está mal, piensa ella; no está mal conservar un recuerdo, acordarse de vez en cuando, peor sería andar llorando, esconderse para llorar, ¿quién iba a querer verla así?

Eso pensaba cuando la interrumpieron. Era su escena; la directora la había llamado. ¿Estás bien? Sí, perfecta, no pasa nada. ¿Seguro? Seguro, sí, no pasa nada.

Se colgó la cartera y se levantó con cuidado. Revisó su vestido en el espejo, el pelo, el gorro, el pañuelo. Se paró en el punto que le indicaban. ¿Puede ser un paso atrás? Sí, perfecto. ¿Todos listos? Todos listos.

La luz de la cámara se encendió.

Interior. Noche. La puerta del departamento se abre. Una mujer de unos cuarenta años entra. Deja cosas en un perchero: un gorro, una cartera, un pañuelo.

-Frida, ¡bonita! -dice, haciendo una voz extraña.

Una gata de tres colores se le acerca. Se restriega la cara con sus zapatillas. La mujer la acaricia rápido y entra al baño.

La gata araña la puerta. La mujer, sentada en el inodoro y con el celular en la mano, le abre y la deja pasar. Frida da una vuelta alrededor del inodoro, olfatea en diferentes puntos, y se sienta junto a sus pies.

-¿Qué mirás, marmolada? -dice la mujer.

Sonríe, sin ganas. La gata la mira, entrecierra los ojos, todavía está un poco dormida.

Cuando sale del baño, comienza la rutina de todas las noches: renovar el agua y la comida para Frida, regar las plantas y preparar la cena. Luego, se suceden las escenas: la mujer sentada a la mesa, la mirada perdida; la mujer lavando los platos; cepillándose los dientes; la mujer en su cama, en la oscuridad, con los ojos abiertos. Todo igual, noche tras noche.

Flashback. La mujer recuerda. ¿Recuerda? Se ve subiendo por las escaleras hacia su departamento. Un hombre la acompaña. La misma escena (el mismo recuerdo) sucede varias veces. Una vez, él la agarra suavemente por el codo y se besan. Otra vez, la mujer le agarra el brazo y se lo pone alrededor de su cintura. Otra vez (la última), el hombre está de pie en la entrada de la cocina, doblando un mantel. Tenemos que hablar, dice. Luego, la imagen se funde en negro.

Interior. Habitación. El reloj sobre la mesa de luz, las seis y cincuenta y nueve. Antes de que cambie el dígito y suene la alarma, la mano de la mujer lo detiene. Desayuna, se viste, la gata se enreda en sus pies mientras ella va saliendo.

Exterior. Día soleado. Colectivo. La mujer encuentra un asiento junto a la ventanilla. Saca de su cartera un guion. Pasa la mano sobre las hojas impresas. Nota en su dedo anular la marca blanca de un anillo que ya no está.

Interior. Sala de teatro. Un cartel gigante de la obra, las luces iluminan su cara. La mujer llega y saluda a sus compañeros. Una de ellas le pasa la mano por la espalda, después le da una palabra de aliento. La mujer asiente. Estoy bien, no pasa nada, dice. No me pasa nada.

Camina hacia el baño que usan como camarín (un baño viejo, sin agua), y se viste. Se sienta frente al espejo. Se mira. Luego, abre el botiquín y saca su maquillaje. Lo cierra y se vuelve a mirar. Empieza a maquillarse. Saca su celular y busca un contacto. Escribe un mensaje. Luego lo borra. Escribe otra vez. Y lo vuelve a borrar. Lo apaga y lo deja en la cartera. Se queda mirándose al espejo, se queda pensando. ¿En qué momento...? ¿En qué momento?

El director la llama. La mujer se apresura a ponerse un vestidito de niña. Camina hacia la parte de atrás del escenario, sube las escalinatas y se detiene ante el telón. La obra ya ha comenzado. Ella se para en el umbral, tiene una cábala: agarrar con sus dedos el telón antes de entrar. Si da un paso, entra a la escena. Un nuevo mundo. Si da un paso, se convierte en la niña. ¿Cómo caminaría una niña de diez años? El técnico de sonido aprieta un botón y por toda la sala se oye un trueno, las luces titilan una-dos-tres veces; es la señal que marca su entrada.

Primer acto. La escena representa una habitación infantil, el típico cuarto con empapelado en las paredes. A la izquierda, la puerta por la que acaba de entrar la niña. En el centro, la cama tendida, un acolchado celeste. A la derecha, un baúl abierto y juguetes desparramados alrededor.

La niña se acuesta en la cama, lleva en sus manos una muñeca de tela. La muñeca tiene una cartera, un pañuelo y un gorro rojo con un nombre en letras cursivas: Frida.

Las dos hermanas de la niña entran, a los gritos, cantando una canción. La niña se va a un rincón del cuarto, las hermanas juegan sin prestarle atención. Escuchamos las voces de las hermanas, pero están de espalda todo el tiempo, o mirando hacia el suelo. Hablan sobre cosas sin importancia. Vemos la cara de la niña. Está en silencio, pensativa.

De repente se pone de pie. Camina hacia el centro del escenario (sus hermanas no parecen darse cuenta de esto) y le habla al público:

-Esa noche había estado todo bien. Después de jugar cenamos pollo con papas, mi comida preferida, sobre todo por las papas. La abuela estaba lo más bien, hasta había cantado. Siempre hacía la misma broma, cambiaba alguna palabra en la letra y todos nos reíamos. Por eso no lo podía creer. Yo y mis hermanas ya nos habíamos ido a dormir. De repente, se abrió la puerta del dormitorio y papá entró para decirnos: “la abuela se siente mal, la voy a llevar al hospital, pórtense bien, estén atentas al teléfono, quédense tranquilas, no pasa nada”. No pasa nada, había dicho.

La niña mira para abajo.

Desde afuera llega el sonido de la lluvia. Las luces titilan una-dos-tres veces. ¿Viene otro trueno? La niña levanta la vista, asustada, luego se tranquiliza y sigue hablando:

-No sé en qué momento nos quedamos dormidas esa noche. Lo cierto es que al día siguiente, cuando despertamos, papá nos llamó a las tres, nos sentó a desayunar y nos contó que la nona había fallecido. Al principio, no entendí qué quería decir eso, pero vi que mis hermanas lloraban. Ella me regaló este anillo para mi último cumpleaños…

La niña muestra su dedo anular. Luego vuelve al rincón, sola, para jugar con su muñeca. Las luces del escenario iluminan su cara. Parece recordar algo, ¿pero qué recuerda? ¿Recuerda las veces que la abuela le compraba helado cuando iban a la plaza? La abuela se sentaba en un banco mientras ella se subía al tobogán, veía si algún otro nene la estaba mirando y se tiraba. ¿Recordaba eso? ¿O recordaba cuando jugaba en el arenero, y las botamangas llenas de arena, que su abuela se enojaba, pero después por cualquier motivo volvía a sonreír?

En ese momento, las hermanas se le acercan y la invitan a jugar. La niña primero les dice que no. Ellas insisten, podés jugar con tu muñeca, podés traerla. La niña no lo piensa mucho y se levanta; arman una casa de almohadones, paredes y techos con frazadas, usan una pila de libros como mesa y juegan a que sus muñecas son amigas.

Una de ellas trae algo, es un espejo chico, redondo. Era el espejo de la abuela. Le enseñan cómo usarlo: es para que la muñeca pueda peinarse.

-¿No vas a jugar? Agarrá tu muñeca.

-¿Y ahora qué hago?

-Ahora jugás a que se mire en el espejo. ¿Cómo se llama tu muñeca?

-Frida. ¿No ves? Tiene el nombre bordado en el sombrero.

-Bueno, ahora cuando juguemos, cuando entremos a la casa, vos sos Frida, ¿querés?

La niña dice que sí y agarra la muñeca.

La puerta de la casa se abre sin hacer ruido.

Entra.

Se encuentra sola. La casa está vacía y en silencio.

Se mira al espejo, se saca el gorro y se acomoda el vestido.

¿Piensa en algo en ese momento? ¿Hay pensamientos entre la goma espuma?

Con una mano se saca un mechón de lana amarilla de la frente y se lo engancha detrás de la oreja. ¿En qué momento…? ¿En qué momento empezó a sentirse así?

Se mira otra vez al espejo: la boca, los labios, la sonrisa que le bordaron en la cara. ¿Puede sentir algo de verdad? ¿Es un sentimiento eso que la pincha como un punzón en el centro de su pecho?

De repente todo su cuerpo tiembla: una-dos-tres veces. Sus brazos se aflojan, sus hombros se sacuden levemente, se juntan las puntas de sus pies. La tela de su cara se arruga y algo brota desde el fondo de sus ojos y cae. Una lágrima de papel. Cae sobre su vestido y la mira. Mira la forma, el color, el recorte apurado de la hoja. La agarra y la da vuelta, la mira a trasluz. En la palma de su mano arrugada, una lágrima de papel.

Entonces, junta las manos y se tapa la cara para llorar.

Al fin, Frida. Al fin.


***


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