top of page
Buscar
  • Foto del escritorPablo Llanos

Cuento 2 - Cielo de luciérnagas





El pan casero, recién cortado. El viento mueve el mantel y vuela una servilleta. Antes de que se caiga al piso, Nino la agarra y la deja de nuevo en su lugar. Una rodaja con mermelada, otra rodaja con miel. ¿Jugo, té o café con leche? Que no caiga agua fuera de la taza; la pava tiembla en las manos de Galo. Algunas galletas, de vainilla, de chocolate, con relleno. Cereales no, así está bien, dice Rodo. Las frutas: para el postre, después de la cena.

-¿Todos los cuentos empiezan así?

-¿Así cómo?

-Había una vez un blablablá y blablablá...

-Claro, si no empiezan así, no son cuentos.

-¿Y qué son?

-No sé, otra cosa. Pero no son cuentos.

-Uh, entonces dejá, no quiero escuchar nada.

-¡Y no escuchés entonces! Yo lo estoy contando para Nino, no para vos.

-¡Pero Nino se aburre! Yo también me aburro. ¡Todo el mundo se aburre con tus cuentos, Galo!

-Bueno, sí, sí, sí, mejor no hablés, callate un poco. Mamá nos dijo que nos hiciéramos cargo de Nino, le hicimos la merienda y ahora le contamos un cuento, se acabó la discusión.

-¡Pero es siempre lo mismo! ¿Por qué no le contamos cuando fuimos a buscar las luciérnagas?

-¿Cuando fuimos al bosque? No, eso sí que es aburrido, aburrido en serio.

-Bueno, pero es mejor que tus cuentos, yo quiero que contemos eso.

-¿Por qué? ¿Siempre tenemos que hacer lo que vos decís?

-No, yo no quiero y Nino tampoco. Te ganamos dos a uno.

-Nino no cuenta en la votación. Y yo sí quiero, estamos empatados.

-Pero tus cuentos son todos iguales. Todos malos. Malísimos, en realidad.

-A Nino le gustan. Siempre se queda escuchando. ¿Querés otro pan, Nino?

Galo le alcanza una rodaja. Nino la agarra de los costados y la mira a trasluz. La mejor rodaja de pan que vio en toda su vida: fina, blanda y se dobla sola. Empieza a desmigajarla.

-Ah, pero dijimos que Nino no cuenta en la votación. Dale, contá cuando fuimos al bosque -dice Rodo.

-¡Bueno, está bien! Con tal de que te callés, me da lo mismo.

Un silencio muy corto. Un pequeño cambio en la voz y, listo, ya están metidos en la historia. Caminaban los dos por una colina. Se estaba haciendo de noche y las mochilas eran pesadas. Más arriba, la colina se convertía en un bosque de pinos. Los yuyos estaban largos, algunos les llegaban hasta las rodillas y tenían que agarrarse entre ellos cada vez que pisaban.

-Guarda que te podés caer.

-¿Vamos bien por acá? Fijate en la libreta.

Galo se tocó todos los bolsillos del pantalón. Los de adelante, los de atrás, los otros más grandes.

-No la encuentro -dijo.

Los revisó de nuevo, esta vez metiendo las manos: y nada.

-¿No la guardaste en la mochila? -dijo Rodo.

Galo se la sacó y en ese momento los dos se dieron cuenta de que el cierre había quedado abierto. Dos botellas de agua, dos cuadernos, una lupa, encendedores, una navaja, un paquete de galletas. Todo fue a parar al suelo, desparramado entre los yuyos. Galo se agachó para volver a juntarlas…

-¡Y se te abrió el culo del pantalón! -grita Rodo y se empieza a reír.

-Pelotudo, no te rías, estoy contando la historia.

-¡Se te abrió todo el culo!

-Mentira, eso no pasó, dejá de inventar. Me cortaste la inspiración.

-Bueno, dale, no llorés más y seguí.

-Dejame contar tranquilo, Nino no va a entender nada

Nino toma un poco de jugo y sigue desmigajando la rodaja de pan sobre el mantel.

-Bueno, contá, no te interrumpo más -dice Rodo.

-Pero no está escuchando. Tendría que haber contado un cuento, no va a entender nada de esta historia, menos si me estás interrumpiendo.

-Si sabés que Nino siempre está así, parece que no, pero sí escucha, y entiende todo. El médico dice que entiende todo.

-¿Dónde había quedado? Ah, sí, ya me acordé.

Galo sigue con su relato. Levantaron las cosas del suelo, les sacaron las hojas y la tierra y las volvieron a guardar en la mochila.

Caminaron y caminaron sin parar.

-¿Por acá vamos bien?

Galo miraba el mapa.

-Sí, vamos bien.

-¿Estás seguro?

-Sí, vos caminá.

-Pero hace como diez horas que venimos caminando...

-Y te digo que vamos bien. Mirá.

Galo se trepó a un árbol. Rodo se quedó mirándolo.

-Dale, subí.

-No me animo.

-Yo te ayudo, poné el pie acá y agarrate de allá -dijo Galo, señalando dos ramas.

Rodo se trepó y Galo le dio una mano.

-Mirá, desde allá venimos, ¿no? Allá está nuestra casa

-Claro.

-Para el otro lado, está la casa de Tatsu y el vivero.

-Sí. ¿Y para allá?

-Para allá está la casa del tío Jerónimo.

-¿Y el río?

-El río está para ese lado. Si seguimos por este camino, nos vamos a cruzar con el río.

-Sí.

-Cuando lo encontremos, empezamos a caminar por el borde, hasta que lleguemos adonde está el árbol caído; ahí es donde se juntan las luciérnagas.

-¿Puedo seguir contando yo? -interrumpe Rodo.

-Pero, Rodo, dijiste que no me ibas a interrumpir.

-Es que esta parte es la más importante. No quiero que Nino se la pierda. Además, yo tengo otra forma de contarla.

-¿Pero cómo vas a seguir vos?

Rodo despeja una parte de la mesa. Agarra dos galletas:

-La galleta de vainilla es Galo, la de chocolate, soy yo. El mantel es el bosque, ¿ves? Tiene muchos dibujos de plantas. Entonces caminamos por acá y llegamos hasta el río.

Marca el río con un repasador celeste.

-Caminamos por la orilla -hace caminar a las galletas- un-dos, un-dos -Nino se ríe- Hasta que llegamos al árbol caído.

Pone una cuchara sobre el frasco de mermelada, como si fuera un árbol quebrado.

-Y ahí llegamos.

Nino agarra la galleta de chocolate y le da un mordisco.

-¡No! ¡Me comiste! -dice Galo

Se deja caer al suelo y se retuerce y hasta deja que se le caiga la baba como si estuviera muerto. Nino se ríe de nuevo.

Galo sigue:

-Bueno, como te moriste, entonces puedo seguir contando yo.

-No, no morí, todavía estoy vivo, dejame que sigo yo –se levanta del suelo y se limpia la baba de sus labios-. Llegamos al árbol caído, donde mamá nos dijo que podíamos ver las luciérnagas. Entonces nos acostamos en el suelo, ahí el pasto era más cortito.

Nino agarra su vaso de jugo y le da el último trago.

-Y mientras mirábamos el cielo –continúa Rodo– empezaron a aparecer, primero una, después otra. Eran las luciérnagas. Eran como chispas que brotaban y desaparecían en el aire. De pronto eran diez, veinte, cuarenta, ¡cien! Todas volando por todos lados. Era como si tuviéramos cerca las estrellas, Nino. Imaginate que estirando las manos pudiéramos tocar las constelaciones. Mamá dice que las luciérnagas son estrellas fugaces, entonces pedimos un deseo.

-¿Qué decís, Rodo? Eso lo sacaste de una película. Es cualquiera, no pasó nada de eso.

-¿Y qué importa?

-Es mentira, ¡mirá si alguien te va a creer!

-¿No dijiste recién que Nino no sabe, que no se da cuenta?

-Pero no pasó nada de eso. Nada que ver. Las cosas fueron así. Llegamos al lugar del árbol caído y nos acostamos en el suelo. Y ahí no pasó nada, solamente nos empezó a hacer frío, porque todavía estábamos en invierno. Mamá nos había dicho que teníamos que esperar a que llegara la primavera. Por eso no aparecía ninguna luciérnaga. Y esa es toda la historia. Fuimos al vicio, al pedo en realidad. Yo me enojé. Vos hacías chistes en el camino, mientras volvíamos. Al principio, después te enojaste igual que yo y no hablaste más.

Se hace un silencio. Esta vez, más largo. Nino mira para un costado, se baja de la silla y se va al patio. Ninguno de los dos dice nada hasta que Nino se va.

-Parece que tu historia no funcionó.

-Te dije, era mejor que le contara un cuento. Vos no quisiste. Ahora te toca lavar las tazas.

-No, ¿por qué yo? hagamos piedra, papel y tijera, como siempre, y el que pierde, lava.

-Dale.

-¡Piedra, papel, tijera!

-¡Gané! -dice Rodo.

Festeja, salta, le hace burla poniendo la voz finita. Sale al patio a buscar a Nino. Cruza el pasillo y pasa las palmas de las manos por las hojas de los helechos. Las hojitas le hacen cosquillas. Nino está sentado en el pasto, con una mano se cubre la otra. Hace como siempre cuando imagina que habla con alguien: mueve la cabeza y los labios como si estuviera contando una historia.

-Nino, qué hacés. Vení para acá -dice Rodo.

Nota que tiene una mano cerrada.

-¿Qué te pasó en la mano? ¿Te lastimaste?

Le pide que la abra. Quiere saber si le pasó algo. Le hace cosquillas en el cuello y en la panza. Pero tampoco la abre. Entonces, le dice que si la abre le va a dar un caramelo.

Galo aparece por detrás.

-¿Qué te pasó? Mostranos. A ver, Nino, abrí la mano. Así -le dice Galo y le muestra. Cierra y abre su propia mano.

Nino se queda mirando su mano abierta.

-Así, mirá. Yo también lo hago -dice Galo.

Y hace lo mismo.

Entonces, Nino abre la mano.

Tiene una luciérnaga, chiquita, con un ala herida. No puede volar, pero camina con normalidad y brilla.

-¿De dónde la sacaste? -quiere decir Rodo, pero no puede.

Nino la hace caminar por su mano. Después, vuelve a agarrarla despacito y todos juntan las manos para que la luciérnaga camine por ahí, como si fuera un puente. Nino la sigue con los ojos y se ríe.

-¿Dónde la encontraste? -quieren preguntar, pero no pueden.

Los tres la ven dar vueltas, caminar de un lado para el otro, tranquila, sin detenerse y llena de gracia, y se quedan mirando cómo brilla en sus manos.

Nadie dice nada. Todas las palabras están en las puntas de sus lenguas. Todas las palabras hacen fuerza. Están a punto de salir. A punto de salir.


***


42 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
Publicar: Blog2_Post
bottom of page